San Lorenzo y Pinocho se enfrentaron en el polideportivo de
Boedo. El encuentro fue agradable, con un clima pacífico y tranquilo. El final
fue la gran excepción que logró mostrar la otra cara del deporte, que de seguro
es la pequeña parte. Aparentemente no se puede escapar.
La cancha estaba espléndida, brillaba. El piso de parquet
marrón claro daba la sensación de que estaba resbaladizo y a los costados tenía
impresa la palabra “Boedo” en blanco, con el fondo azul. Ese sector aparentaba
ser opaco, a diferencia del resto. Detrás del arco defendido por San Lorenzo se
podían leer sin forzar la vista los trapos colgados en la tribuna que decían:
“Lugano”, “Wilde”, “San Justo”, “Almagro” y “El Oeste”. No era un estadio de
50000 personas. No había pasto, no había 11 contra 11. No había dos tiempos de
45 minutos. No era un partido de fútbol. Era en un polideportivo. Eran cinco
contra cinco. Eran dos tiempos de 20 minutos. Sí había una pelota y dos arcos.
Sí había hinchas. Sí había un espectáculo. Era un partido de futsal: San Lorenzo-
Pinocho.
Estaba todo listo para arrancar, no faltaba nada. Los 10
jugadores ya estaban parados para el inicio. Short de fútbol, camiseta, botines
y medias largas. Difícil sería encontrar diferencias entre alguno de esos
jugadores de futsal con uno de cancha de 11 del mismo club; el sponsor de la
camiseta seguramente es el único. El reloj contaba los minutos para que uno de
los árbitros pitara el inicio del primer tiempo. Mientras las agujas corrían,
la gente iba llegando. Las tribunas nunca terminaron de llenarse. “Tres son
multitud”, dice el dicho. Pero la gran mayoría de los presentes llegó sobre la
hora. No había un clima agitado, mucho menos eufórico. Los hinchas locales
comenzaron a cantar tímidamente a pocos minutos de haber empezado el partido y
hacían intervalos para luego retomar con los cánticos. Los dedos de la mano
alcanzaban para poder contar quiénes gritaban, acotaban algo al aire o
chiflaban. Casi todos estaban en silencio y observaban concentrados, serios,
aplaudiendo al compás del resto. Eso sí, cuando había un gol gritaban mucho.
Durante los 15 minutos de entretiempo, el capitán de Pinocho
tuvo un enfrentamiento con un plateista que había estado insultándolo todo el
primer tiempo, pero en el momento no hubo más que un ida y vuelta de palabras
que se perdieron con el murmullo de las personas. San Lorenzo superó a Pinocho en habilidad,
velocidad y técnica, por lo cual se vio plasmado en el tablero. En los primeros 20 minutos anotó dos goles. El partido fue liquidado en la segunda mitad y terminó 5-0 a favor del local. A pesar de que Pinocho tuvo varias llegadas, no
pudo convertir pese a la gran actuación del arquero azulgrana. Pero la violencia no tardó en llegar. Al
terminar el partido, en donde se conectan los vestuarios de los jugadores
visitantes con los locales, surgió el problema. El hincha que había estado
bastante disconforme con el ocho de Pinocho, lo cruzó de nuevo. Comenzaron otra
vez los gritos y agresiones, pero en esa oportunidad hubo contacto físico entre
ambos. Los separaron a tiempo, antes de que terminara aún peor. Y la violencia
no cesa. No cesa en la sociedad; no cesa en el deporte. La vemos en el fútbol
habitualmente, que es prácticamente la cuna de este fenómeno. Lo curioso es que
no era un partido de fútbol. No era un Belgrano – Talleres, un Boca – River.
Era un partido de futsal: San Lorenzo- Pinocho.
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